“En México más que en ninguna otra parte, es donde la mujer
se encuentra casi exclusivamente reducida a la condición de criada de honor o
cuando más de administradora gratuita”.[1]
Laureana Wright
“El olvido de que las mujeres son personas forma parte de lo
que se aprende y enseña en la escuela”[2]
Georgina Aimé Tapia González
“La Mujer Mexicana”,
un reflejo de ellas mismas. Abril de 1908.
Adrián Hernández
Llamas
El estereotipo oficial de mujer en el porfiriato
La maestra Carmen Ramos Escandón sostiene que el
estereotipo de la señorita porfiriana es una "mujer recatada, de modales
mesurados, con expresión pausada y gesto sumiso, que lleva el cabello recogido y
la falda larga, con una actitud que se antoja tal vez monjil".[3]
Ese estereotipo obedece a una mentalidad con
características particulares de acuerdo con Ramos Escandón, la forma de vida
del fin de siglo XIX, un grupo social alto y con una fuerte tradición
religiosa.[4]
El estereotipo de “lo
femenino” durante el porfiriato implica dependencia y sumisión al varón.[5]
Al respecto, la Doctora Ana Saloma Gutiérrez señala que la mujer fue
considerada como ser menor de edad, sin personalidad jurídica y excluida de la
posibilidad de ejercer derechos políticos y legales.[6]
El ideal de mujer propuesto por la élite porfirista se
contrapone con su proyecto de modernización del país que llevó a los
industriales a emplear mano de obra femenina, reflexiona Saloma Gutiérrez. "Al
incorporar a la mujer al mundo del trabajo, en la práctica se rompieron con
estos modelos de mujer y familia".[7]
También, durante el porfiriato se registraron migraciones
de varones, principalmente del campo a los centros urbanos y migraciones
interregionales. Ello afectó la estructura familiar: familias dobles, familias
abandonadas, hijos ilegítimos.[8]
Las mujeres
trabajadoras, plantea Saloma Gutiérrez, continúan considerando como de su
exclusiva responsabilidad el cuidado de la familia a pesar de que no contaban
con un hogar tradicional.[9]
Por otra parte, factores como la viudez, el alcoholismo del varón, enfermedades
e invalidez, ingresos insuficientes fueron condicionantes para incorporar a la
mujer al mundo laboral.
Las mujeres que se alejan del estereotipo oficial, obligadas
por las circunstancias, lo hacen en condiciones de evidente desventaja:
ignorancia, sueldos menores, doble carga de trabajo, imposibilidad de
administrar sus recursos y de celebrar contratos, entre otras.
Existieron también mujeres que de forma voluntaria
pretendieron incorporarse al trabajo buscando su emancipación. Esas mujeres, de
conformidad con el planteamiento del presente trabajo, fueron creciendo en
número, como producto de las reformas en materia de libertad de credo y
educativa que se llevaron a cabo en la segunda mitad del siglo XIX en México.
El proceso fue
complejo toda vez que el modelo de educación femenina planteado por la élite
porfiriana era de tipo moral, no intelectual; la educación femenina debería ser
diferente a la masculina y los positivistas justificaban la diferencia en la
existencia de una supuesta debilidad física y emocional de las mujeres que les
impedían desarrollar pensamientos abstractos y que las descalificaban para las
ciencias.[10]
La educación de las mujeres, aún limitada, les permitió incorporarse
a nuevas ocupaciones relacionadas con el proyecto capitalista de país promovido
por el porfirismo: mecanógrafas, telegrafistas, tenedoras de libros, enfermeras
y obstetras, costureras.
Algunas mujeres se plantearon que la inferioridad mental
respecto del hombre no existía y, por lo tanto, eran capaces de aprender e
incursionar en actividades reservadas a los varones. Postularon la igualdad
intelectual ante los hombres y el derecho de acceder a la educación superior en
carreras como Medicina, Derecho, Administración.
A partir de las reformas educativas se abrieron las
posibilidades de educación para las mujeres, "desde la educación elemental,
hasta la creación de escuelas especializadas donde pudieran ser partícipes del
mundo social-laboral del país, aún cuando este trabajo estaba destinado a su
papel de mujeres".[11]
Entre 1875 y 1905 se abrieron 85 primarias para niñas en
el Distrito Federal, en 1889 la secundaria para niñas se convirtió en normal de
profesoras.[12] Durante
este periodo las mujeres fueron desplazando a los varones en la profesión de
maestro, aceptaban salarios menores y, conforme a la mentalidad de los
responsables de la educación, al desempeñar su rol de educadoras las mujeres garantizaban
la estabilidad del Estado.[13]
“Con la puesta en marcha del
proyecto liberal de nación, se promovió la creación de instituciones destinadas
al desarrollo profesional de las mujeres quienes, a partir de entonces,
accedieron a distintos espacios educativos: escuelas primarias, secundarias,
normales y, al finalizar el siglo XIX, a la Universidad”.[14]
Uno de los espacios que se abrieron a las mujeres
durante el porfiriato fue la carrera de Profesor de enseñanza primaria para
efecto de educar mejor a los ciudadanos de la República:
“Una mujer ignorante graba
en la inteligencia de sus hijos el error y la superstición, sí, por el
contrario, tiene instrucción, les comunica sus conocimientos, e infiltra en
ellos desde la más tierna niñez hábitos de estudio, gusto por la lectura, ambición
de aprender y saber”.[15]
En los planes de Instrucción Pública de la época las
mujeres podían acceder a la educación básica que las preparaba para las tareas
domésticas y de madres. La opción de estudiar niveles superiores quedaba
limitado al estudio de carreras técnicas que empezaban a requerir las empresas
o al magisterio.
El artículo 23 de la Ley Orgánica de la Instrucción
Pública de 1967, contemplaba que las mujeres pudieran ser profesoras. Entonces,
para aspirar a un grado de estudios superior, las mujeres debían concluir primero
su preparación como profesoras y obtener el título respectivo. Las había de primera,
segunda y tercera clase.[16]
Buena parte de las mujeres que se formaron como maestras
en la primera etapa pertenecían a la clase media. Hacia el fin de siglo, el
titularse como maestra fue perdiendo estatus, afirma Patricia Galeana quien señala
también que "las jovencitas de más bajos recursos se incorporaban a esta
profesión".[17]
Coincidiendo con lo planteado por Galeana, en su ensayo De
la domesticación a la educación de las mexicanas, Graciela Hierro afirma
que las mujeres egresadas de las secundarias para señoritas aspiraban a ser científicas, agricultoras, mujeres de
negocios.[18]
Cuando Ramos Escandón describe el estereotipo de
“señorita porfiriana” afirma que su imagen tiene una carga religiosa. El ideal
de dependencia y sumisión de la mujer porfiriana coincide con el deber de
obediencia y sumisión que para la mujer establece la religión católica.
Las condiciones de la educación
primaria, desde la Independencia hasta finales de la década de los sesenta del
siglo XIX es descrita como confesional, dogmática, memorística, pobre en
contenido curriculares. Se enseñaba a leer y escribir, a contar y la doctrina
cristiana a través del catecismo del padre Ripalda.[19]
Luego, un factor determinante a considerar en la
afirmación de Patricia Galeana es la intervención que tiene la iglesia
protestante en la apertura y generación de espacios para que las mujeres accedan
a la educación técnica y científica.
Jean Pierre Bastian describe
en su ensayo Modelos de Mujer Protestante: ideología religiosa y educación
femenina, 1880-1910 los procesos de inserción de las misiones protestantes
norteamericanas en el país.
“Al finalizar el siglo las
sociedades misioneras protestantes tenían una importante red escolar, que no se
reducía a las escuelas elementales. habían puesto el acento sobre la educación
secundaria y superior, especialmente para mujeres, y tenían ya 11 escuelas
normales y 7 escuelas secundarias para niñas y señoritas en toda la República”.[20]
Encontró el investigador Bastian que en el periodo
abordado hubo mujeres mexicanas realizando estancias en universidades
norteamericanas, con acercamiento directo con las feministas norteamericanas y otros
casos que permiten afirmar que las escuelas protestantes favorecieron la
movilidad social de mujeres pobres y de lugares apartados, así como casos de egresadas
de estas escuelas que se incorporaron como profesoras a las escuelas oficiales.[21]
En el proyecto misionero protestante, afirma el
investigador, el modelo de mujer contenía cuatro componentes: feminidad,
nacionalismo liberal, ilustración y cristianismo.[22]
Las publicaciones Siempreviva, El álbum de la mujer, Violetas
del Anáhuac, La mujer intelectual mexicana, El correo de las señoras, entre
otras, son consideradas antecedentes de la revista La mujer mexicana.
Porque comparten una o varias de las siguientes características: el proyecto
empresarial, el planteamiento de sus publicaciones, por ser dirigidas por
mujeres, por estar dirigidas a las mujeres, por que comparten colaboradoras o llevaron
acciones paralelas relacionadas con el mejoramiento de las condiciones de las
mujeres.
De la escritura al margen a la dirección de empresas
culturales: mujeres en la prensa literaria mexicana del siglo XIX. (1805-1907)
es el nombre de la tesis de doctorado de Lucrecia Infante Vargas, quien es una
referente en cuanto a las revistas publicadas por mujeres o para mujeres
durante el porfiriato.
La Mujer Mexicana
fue una revista publicada por
mujeres entre 1904 y 1908 en la Ciudad de México. Es considerada por algunas
autoras como la continuación de otras revistas publicadas para mujeres en el
siglo XIX. En esta publicación la temática abordada en sus números se va
separando de la línea de las revistas para mujeres que proponían el
cumplimiento del ideal de mujer fabricado por los liberales y los positivistas
durante el porfiriato: la mujer esposa protectora del hogar familiar y la mujer
madre formadora de los ciudadanos.
La revista reúne algunas características que permiten
sugerir que es una revista de carácter feminista. La primera es su nombre y su
eslogan: La mujer mexicana, Revista
mensual científico-literaria consagrada a la evolución, progreso y
perfeccionamiento de la mujer mexicana. Redactada por Señoras y Señoritas.
Infante Vargas sostiene que La mujer mexicana, reúne
la experiencia empresarial, literaria y cultural de las publicaciones de su
género que le antecedieron y, claro, de las escritoras que les dieron vida.[23]
Por su parte, Joaquín Santana Vela afirma que las
redactoras de La Mujer Mexicana hicieron suyo el discurso modernizador
del régimen. Sumadas a la idea de una patria progresista, como mujeres se
comprometían con el progreso, pero manifestaban su imposibilidad para participar
si les era negado el derecho a la instrucción que dignificaba al individuo y
le permitiría ser útil a sí mismo y a la sociedad.[24]
La Mujer Mexicana está enlazada a la Sociedad
Protectora de la Mujer, primera organización feminista del siglo XX en México.
La doctora Infante señala al analizar el discurso
pronunciado por Laura S. de Bolaños Torres en la primera sesión de la Sociedad
Protectora de la Mujer[25]:
“Creo que en efecto,
aquellas mujeres habían comenzado a compartir la posibilidad de pensarse a sí
mismas como futuras médicas, abogadas, dentistas, oficinistas, maestras,
farmacéuticas o escritoras; de imaginarse viajando por lugares lejanos y desconocidos;
de saberse “ellas” además de madres y esposas.
De seguro por ello tuvieron
especial interés en acudir a aquella cita. allí conocerían a esas mujeres con
quienes compartían las páginas de una revista que, cada mes, era también un
punto de reunión”.[26]
Respecto al mismo tema, la Doctora Infante cita a Susana
Montero, quien sugiere que la presencia constante de ese “nosotras”…
constituyó el primer paso irreversible hacia la visualización… de “las mujeres”
como sujetos históricos e historiables.[27]
Dolores Correa
Dolores Correa
constituye un referente en la historia de la educación en México. Fue maestra
de la Escuela Normal de Profesoras, presidenta del Consejo Superior de
Educación Pública, escritora de libros de Texto.[28]
Uno de los ejes fundamentales de su obra fue impulsar la
educación científica y cívica moderna de las mujeres impulsando su superación.[29]
Respecto al papel de la mujer en la sociedad le
interesaba que no se limitara a las mujeres las posibilidades de aprender y
enseñar ciencias, combatir la idea de la inferioridad intelectual de las
mujeres respecto de los hombres, que las mujeres accedieran a cargos de poder y
la igualdad jurídica entre hombres y mujeres.[30]
María de Lourdes Alvarado, que ha investigado la vida de
la maestra, propone que existió una “generación puente”, de la que forma parte
Dolores Correa, que contribuyó a debilitar las estructuras ideológicas del
antiguo régimen y vigentes durante el porfiriato mostrando a sus lectoras y
alumnas la dirección hacia donde deberían orientar sus aspiraciones y
esfuerzos.[31]
Dolores Correa fue fundadora de La Mujer Mexicana
y de la Sociedad Protectora de la Mujer. Sin duda, las relaciones que sostuvo a
lo largo de su vida con mujeres reconocidas como promotoras de los derechos de
las mujeres, feministas; que fueron amigas, maestras, alumnas o compañeras en
sus distintos proyectos de vida, fueron determinantes para la línea editorial
de la revista y estuvieron influenciadas por el pensamiento de las editoras de
la revista Siempreviva, a quienes conoció en Mérida en su juventud.[32]
El último número de La Mujer Mexicana
El último número de la revista tiene fecha de
publicación en portada de abril de 1908. Aunque algunas de sus colaboraciones tienen
impresa fecha dentro del mes.[33]
El ejemplar está
dedicado casi por completo a la Doctora Antonia L. Ursúa, quien presentó y
aprobó su examen profesional en la Escuela Nacional de Medicina para titularse
como Doctor en Medicina, cirugía y obstetricia. La publicación contiene la
Tesis de la Doctora denominada Signos de la muerte real aprobada el 26
de marzo de 1908 por unanimidad.
La editora, propietaria y gerente, Luz Fernández Vda. de
Herrera presenta una colaboración en la que destaca los avances de las mujeres en
materia educativa en el último medio siglo. Destaca el acceso de las mujeres a la
educación: las cosas han cambiado, las niñas aprenden a leer a montones… pero
las Doctoras van saliendo de la Escuela de Medicina una a una y es preciso
coronarlas… ¡Es preciso que comience la fiesta! y concluye con sendas
aclamaciones a la ciencia y a la nueva profesionista.[34]
También colabora en ese número la primera Doctora que se
tituló en México, Matilde Montoya quien le obsequia unos versos a Antonia L Usúa.
Bajo el noble
laurel que has conquistado
Ocultas van
las dudas punzadoras.
A subir tu
calvario has comenzado;
Tristes y
lentas pasaras las horas.
…
¡No te
arredren las múltiples espinas …!
DEBER Y
CLARIDAD toma por guías
Si quieres ver
el cielo en tu conciencia.[35]
Trinidad Orsilles, de quien no se encontraron mayores
referencias, menciona en su elogio la condición desfavorable que tienen las
mujeres frente a los positivistas y propone como una hazaña lo logrado por la Doctora
Ursúa:
La Srita Ursúa merece un
aplauso porque al educarse, al formarse con elementos propios exclusivamente,
ha tenido que enfrentarse con la sociedad y esto para una mujer, ni es leve
sacrificio ni corta labor.
La Srita. Ursúa merece un
aplauso porque persiguió y ha realizado un ideal en su naturaleza difícil,
cuando el positivismo de nuestros contemporáneos y la prosa de la época actual
no convidan, mucho que digamos, al sueño ni a la idealización
…
Muchas consideraciones habría
que tocar relativas a la honorabilidad del sexo, al bien que recibe la patria,
al beneficio directo en la sociedad, con el doctorado de la Señorita Urzúa;
pero es mi opinión sincera que las cosas ameritadas por sí, no quieren
palabrería y que un espíritu levantado no guste mucho de ruidosas y extensas
felicitaciones…[36]
Es destacable la colaboración extraordinaria del poeta
Antonio H. Altamirano, quien le reconoce a Ursúa sus esfuerzos y destaca que
representa a una vengadora de todas las mujeres que no pudieron acceder a la
educación superior en parte por la herencia de la civilización española. Así
mismo destaca que sus características femeninas no desaparecen al tiempo que le
reconoce su fortaleza.[37]
Julia Nava de Ruisanchez manifiesta en su felicitación: Cada
vez que una mujer sale avante en el camino del progreso, sacó de la píxide de
mi alma todas mis energías y proclamo ¡alto! ¡muy alto! Su victoria.[38]
Por último, Camila Vera De Asorey, de la Sociedad
Protectora de la Mujer, hace una presentación donde destaca la utilidad del trabajo,
la constancia y la honradez como fórmula de progreso del país, elogia que en
México se esté manifestando un ambiente de libertad científica, literaria y
artística para las mujeres que ya ocupan puestos en los Ministerios. Finalmente
eleva una loa a la nación que protege el “trabajo”. Sin embargo, el personaje
que toma como ejemplo de la miseria económica, personal y espiritual es una
mujer educada según los cánones de los positivistas.
Conclusiones
El porfiriato es un periodo muy extenso y si se consideran
situaciones como la clase social, el nivel de educación, la región, la
religión, el momento específico que se analiza, su origen indígena, mestizo o
blanco. Puede concluirse que no es posible hablar de un solo perfil de mujer
durante el Porfiriato.
Si bien existió un perfil oficial de mujer en el
porfiriato, pero solo una minoría de las mujeres podían alcanzarlo; las mujeres
de las clases más acomodadas y de las familias tradicionales católicas. La
realidad del país generó varios perfiles de mujer, la mujer obrera, la mujer
campesina, la profesora, la técnica, la profesionista y la ama de casa. En
todos los perfiles mencionados aparece el trabajo como una constante, salvo el trabajo
de ama de casa que es devaluado -las amas de casa no hacen nada, solo están en
la casa-.
El acceso a la educación fue determinante para
desarrollar en las mujeres mexicanas la autoconciencia de su valor como personas,
como sujetos de derechos, como seres inteligentes a la par de los varones y con
la capacidad de entender y desarrollar las actividades que estaban reservadas
de manera exclusiva para ellos. Las misiones protestantes influyeron en la
transformación del papel que debería desempeñar la mujer en la sociedad
mexicana, al participar en la educación de las mujeres y en la movilidad social
de algunas de ellas.
La educación generó movilidad social en las mujeres, sobre
todo el magisterio y las carreras técnicas. Hay mujeres pobres que a través de
la educación y como profesoras transformaron su vida y su destino. La
existencia de secundarias para niñas y normales generó que profesoras como
Correa, Laura Méndez de Cuenca y Luz Fernández de Herrera pudieran transformar
la autoimagen en sus alumnas, quienes a su vez lo transmitirían a sus alumnas. El
nivel de analfabetismo y la condición rural del país indica que solo las áreas
urbanas o comunicadas accedieron a esta clase de educación a pesar de que la
proporción de profesoras, respecto de los profesores, se invirtió hacia 1910.
La segunda generación de mujeres educadas al amparo de
las reformas educativas de la República Restaurada y del Porfiriato tenían
mayor conciencia de sus derechos y de su condición de inferioridad respecto de
los varones. Nombres como Antonia L. Ursúa, Julia Nava de Ruisánchez, Hermila
Galindo, Elvia Carrillo Puerto, María Asunción Sandoval y otras más ya cuentan
con historias reconocidas como promotoras de los derechos de las mujeres[39].
Ellas formarán parte de los movimientos democratizadores del país buscando la
igualdad de derechos, el acceso a los cargos públicos, y la participación
política hacia una ciudadanía plena para las mujeres.
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pp. 1-21.
[1] Citada a pie de página en la nota 32 por
Lourdes Alvarado en Educación y Superación femenina en el siglo XIX: Dos
ensayos de Laureana Wright. P. 22
[2] Tapia
González, Georgina Aimé. Graciela Hierro: Filosofía de la educación en clave de
género, Estudios de Género de El Colegio de México, Número 3, Enero-junio 2017,
p. 5.
[3] Carmen Ramos Escandón, Señoritas
Porfirianas: Mujer e ideología en el México progresista 1880-1910. p. 145.
[4] Ibid.
[5] Op. cit. p 161
[6] (Considero
pertinente para remarcar lo que menciona la Doctora en el ámbito jurídico
consultar el Código Civil de 1884, donde aparecen las restricciones de derechos
que aplicaban a la mujer soltera, casada e incluso viuda. Arts. 205 a 208, 596
y 597 entre otros.) Ana Saloma
Gutiérrez, De la mujer ideal a la mujer real. Las contradicciones del estereotipo
femenino en el siglo XIX, p. 5.
[7] Op.
Cit. p. 6.
[8] Jean Pierre Bastian, Modelos de mujer
protestante: ideología religiosa y educación femenina, 1880-1910. p. 147-148.
[9] Ana Saloma G., Op. Cit. p. 14.
[10] Ana Elisa Castro Sánchez, Ser
Trabajadora Social en México. p. 5 y 6.
[11] María
del Rocío Hernández Pérez. Escuelas, libros y manuales para niñas en la
ciudad de Puebla durante el porfiriato p. 82.
[12] Patricia Galeana, De madres y esposas a
profesionistas emancipadas. p. 14.
[13] Ana
Saloma G. Op. Cit. p. 13.
[14] Patricia Galeana, De madres y esposas a
profesionistas emancipadas. p. 12.
[15] Diario Oficial del Estado de Colima de 20
de octubre de 1871, sin señalar página. Citado por María de los Ángeles
Rodríguez Álvarez, Educación técnica de la mujer en México, http://bvirtual.ucol.mx/archivos/527_0302102906.pdf
consultado el 14 de febrero de 2021. P. 33.
[16] Art. 23 de la Ley Orgánica de la
Instrucción Pública de 2 de diciembre de 1967.
[17] Patricia Galeana. Op. Cit. p. 14.
[18]
Graciela Hierro, De la domesticación a la educación de las mexicanas. p.
66.
[19] Ma. Guadalupe Gonzalez y Lobo. Educación
de la mujer en el siglo XIX mexicano, p. 53
[20] Jean Pierre B. Op. Cit. p 167.
[21] Jean Pierre B. Op. Cit. p. 170.
[22]
Jean Pierre B. Op. Cit. p. 171.
[23] Lucrecia
Infante Vargas, De la escritura al margen a la dirección de empresas
culturales: mujeres en la prensa literaria mexicana del siglo XIX. (1805-1907),
p.240.
[24] Joaquín Santana Vela, El principal
valuarte de la educación femenina decimonónica: la formación de futuros
ciudadanos, pp. 248-249.
[25] Laura S. de Bolaños Torres, Realidades,
Alocución pronunciada en la primera sesión de la naciente Sociedad Feminista,
en La Mujer Mexicana, tomo I, no 3, marzo 1° de 1904.
[26] Lucrecia Infante V. Op. cit. p. 249
[27] Susana
Montero Sánchez, La construcción simbólica de las identidades sociales: un
análisis a través de la literatura mexicana del siglo XIX, México, Programa
Universitario de Estudios de Género/Plaza & Valdéz, 2002 p. 125, citada por
Lucrecia Infante V. Op Cit. p. 249.
[28] María de Lourdes Alvarado, “Alas para
Volar” Vida y Obra de Dolores Correa y Zapata, maestra excepcional (1853-1924),
p. 48
[29] María de Lourdes Alvarado, Op. Cit., p. 57
[30] Rosa María González Jiménez, Las
maestras en México Re-cuento de una historia. p 85.
[31] Maria de Lourdes Alvarado. Op. cit. p. 84.
[32]
Recomendable revisar su libro La mujer científica, publicado por Eduardo
Dublán y Comp. Impresores en 1886 disponible en línea en http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-mujer-cientifica-poema/
[33] La
Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908.
[34] Luz Fernandez Vda. de Herrera, Coronación,
en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908,
pp. Portada y p. 50(sic).
[35] Matilde Montoya, Srita. Dra. Antonia L.
Ursúa, en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril
de 1908, sin p.
[36] Trinidad Orsilles, En dos palabras,
en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908, p.
57
[37] Antonio H. Altamirano, Antonia L. Ursua,
en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908, p.
59-60.
[38] Julia Nava de Ruisanchez, A la Srita. Antonia
L. Ursua, en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México,
Abril de 1908, p. 62
[39] Sus nombres están incluidos en el
Diccionario Enciclopédico del Feminismo y los Estudios de Género en México
editado por el Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM
publicado en 2019. Todas ellas forman parte de la historia de la reivindicación
de los derechos de las mujeres en México.