5 de marzo de 2021

“La Mujer Mexicana”, un reflejo de ellas mismas

 


“En México más que en ninguna otra parte, es donde la mujer se encuentra casi exclusivamente reducida a la condición de criada de honor o cuando más de administradora gratuita”.[1]

Laureana Wright

 

“El olvido de que las mujeres son personas forma parte de lo que se aprende y enseña en la escuela”[2]

Georgina Aimé Tapia González

 

“La Mujer Mexicana”, un reflejo de ellas mismas. Abril de 1908.

Adrián Hernández Llamas

El estereotipo oficial de mujer en el porfiriato

La maestra Carmen Ramos Escandón sostiene que el estereotipo de la señorita porfiriana es una "mujer recatada, de modales mesurados, con expresión pausada y gesto sumiso, que lleva el cabello recogido y la falda larga, con una actitud que se antoja tal vez monjil".[3]

Ese estereotipo obedece a una mentalidad con características particulares de acuerdo con Ramos Escandón, la forma de vida del fin de siglo XIX, un grupo social alto y con una fuerte tradición religiosa.[4]

El estereotipo de “lo femenino” durante el porfiriato implica dependencia y sumisión al varón.[5] Al respecto, la Doctora Ana Saloma Gutiérrez señala que la mujer fue considerada como ser menor de edad, sin personalidad jurídica y excluida de la posibilidad de ejercer derechos políticos y legales.[6]

 La realidad del país

El ideal de mujer propuesto por la élite porfirista se contrapone con su proyecto de modernización del país que llevó a los industriales a emplear mano de obra femenina, reflexiona Saloma Gutiérrez. "Al incorporar a la mujer al mundo del trabajo, en la práctica se rompieron con estos modelos de mujer y familia".[7]

También, durante el porfiriato se registraron migraciones de varones, principalmente del campo a los centros urbanos y migraciones interregionales. Ello afectó la estructura familiar: familias dobles, familias abandonadas, hijos ilegítimos.[8]

Las mujeres trabajadoras, plantea Saloma Gutiérrez, continúan considerando como de su exclusiva responsabilidad el cuidado de la familia a pesar de que no contaban con un hogar tradicional.[9] Por otra parte, factores como la viudez, el alcoholismo del varón, enfermedades e invalidez, ingresos insuficientes fueron condicionantes para incorporar a la mujer al mundo laboral.

Las mujeres que se alejan del estereotipo oficial, obligadas por las circunstancias, lo hacen en condiciones de evidente desventaja: ignorancia, sueldos menores, doble carga de trabajo, imposibilidad de administrar sus recursos y de celebrar contratos, entre otras.

 El proceso de construcción de la “mujer científica”

Existieron también mujeres que de forma voluntaria pretendieron incorporarse al trabajo buscando su emancipación. Esas mujeres, de conformidad con el planteamiento del presente trabajo, fueron creciendo en número, como producto de las reformas en materia de libertad de credo y educativa que se llevaron a cabo en la segunda mitad del siglo XIX en México.

El proceso fue complejo toda vez que el modelo de educación femenina planteado por la élite porfiriana era de tipo moral, no intelectual; la educación femenina debería ser diferente a la masculina y los positivistas justificaban la diferencia en la existencia de una supuesta debilidad física y emocional de las mujeres que les impedían desarrollar pensamientos abstractos y que las descalificaban para las ciencias.[10]

La educación de las mujeres, aún limitada, les permitió incorporarse a nuevas ocupaciones relacionadas con el proyecto capitalista de país promovido por el porfirismo: mecanógrafas, telegrafistas, tenedoras de libros, enfermeras y obstetras, costureras.

Algunas mujeres se plantearon que la inferioridad mental respecto del hombre no existía y, por lo tanto, eran capaces de aprender e incursionar en actividades reservadas a los varones. Postularon la igualdad intelectual ante los hombres y el derecho de acceder a la educación superior en carreras como Medicina, Derecho, Administración.

A partir de las reformas educativas se abrieron las posibilidades de educación para las mujeres, "desde la educación elemental, hasta la creación de escuelas especializadas donde pudieran ser partícipes del mundo social-laboral del país, aún cuando este trabajo estaba destinado a su papel de mujeres".[11]

Entre 1875 y 1905 se abrieron 85 primarias para niñas en el Distrito Federal, en 1889 la secundaria para niñas se convirtió en normal de profesoras.[12] Durante este periodo las mujeres fueron desplazando a los varones en la profesión de maestro, aceptaban salarios menores y, conforme a la mentalidad de los responsables de la educación, al desempeñar su rol de educadoras las mujeres garantizaban la estabilidad del Estado.[13]

“Con la puesta en marcha del proyecto liberal de nación, se promovió la creación de instituciones destinadas al desarrollo profesional de las mujeres quienes, a partir de entonces, accedieron a distintos espacios educativos: escuelas primarias, secundarias, normales y, al finalizar el siglo XIX, a la Universidad”.[14]

 Las Maestras

Uno de los espacios que se abrieron a las mujeres durante el porfiriato fue la carrera de Profesor de enseñanza primaria para efecto de educar mejor a los ciudadanos de la República:

“Una mujer ignorante graba en la inteligencia de sus hijos el error y la superstición, sí, por el contrario, tiene instrucción, les comunica sus conocimientos, e infiltra en ellos desde la más tierna niñez hábitos de estudio, gusto por la lectura, ambición de aprender y saber”.[15]

En los planes de Instrucción Pública de la época las mujeres podían acceder a la educación básica que las preparaba para las tareas domésticas y de madres. La opción de estudiar niveles superiores quedaba limitado al estudio de carreras técnicas que empezaban a requerir las empresas o al magisterio.

El artículo 23 de la Ley Orgánica de la Instrucción Pública de 1967, contemplaba que las mujeres pudieran ser profesoras. Entonces, para aspirar a un grado de estudios superior, las mujeres debían concluir primero su preparación como profesoras y obtener el título respectivo. Las había de primera, segunda y tercera clase.[16]

Buena parte de las mujeres que se formaron como maestras en la primera etapa pertenecían a la clase media. Hacia el fin de siglo, el titularse como maestra fue perdiendo estatus, afirma Patricia Galeana quien señala también que "las jovencitas de más bajos recursos se incorporaban a esta profesión".[17]

Coincidiendo con lo planteado por Galeana, en su ensayo De la domesticación a la educación de las mexicanas, Graciela Hierro afirma que las mujeres egresadas de las secundarias para señoritas  aspiraban a ser científicas, agricultoras, mujeres de negocios.[18]

 La religión y la educación de la mujer

Cuando Ramos Escandón describe el estereotipo de “señorita porfiriana” afirma que su imagen tiene una carga religiosa. El ideal de dependencia y sumisión de la mujer porfiriana coincide con el deber de obediencia y sumisión que para la mujer establece la religión católica.

Las condiciones de la educación primaria, desde la Independencia hasta finales de la década de los sesenta del siglo XIX es descrita como confesional, dogmática, memorística, pobre en contenido curriculares. Se enseñaba a leer y escribir, a contar y la doctrina cristiana a través del catecismo del padre Ripalda.[19]

Luego, un factor determinante a considerar en la afirmación de Patricia Galeana es la intervención que tiene la iglesia protestante en la apertura y generación de espacios para que las mujeres accedan a la educación técnica y científica.

Jean Pierre Bastian describe en su ensayo Modelos de Mujer Protestante: ideología religiosa y educación femenina, 1880-1910 los procesos de inserción de las misiones protestantes norteamericanas en el país.

“Al finalizar el siglo las sociedades misioneras protestantes tenían una importante red escolar, que no se reducía a las escuelas elementales. habían puesto el acento sobre la educación secundaria y superior, especialmente para mujeres, y tenían ya 11 escuelas normales y 7 escuelas secundarias para niñas y señoritas en toda la República”.[20]

Encontró el investigador Bastian que en el periodo abordado hubo mujeres mexicanas realizando estancias en universidades norteamericanas, con acercamiento directo con las feministas norteamericanas y otros casos que permiten afirmar que las escuelas protestantes favorecieron la movilidad social de mujeres pobres y de lugares apartados, así como casos de egresadas de estas escuelas que se incorporaron como profesoras a las escuelas oficiales.[21]

En el proyecto misionero protestante, afirma el investigador, el modelo de mujer contenía cuatro componentes: feminidad, nacionalismo liberal, ilustración y cristianismo.[22]

 Las publicaciones para mujeres

Las publicaciones Siempreviva, El álbum de la mujer, Violetas del Anáhuac, La mujer intelectual mexicana, El correo de las señoras, entre otras, son consideradas antecedentes de la revista La mujer mexicana. Porque comparten una o varias de las siguientes características: el proyecto empresarial, el planteamiento de sus publicaciones, por ser dirigidas por mujeres, por estar dirigidas a las mujeres, por que comparten colaboradoras o llevaron acciones paralelas relacionadas con el mejoramiento de las condiciones de las mujeres.

De la escritura al margen a la dirección de empresas culturales: mujeres en la prensa literaria mexicana del siglo XIX. (1805-1907) es el nombre de la tesis de doctorado de  Lucrecia Infante Vargas, quien es una referente en cuanto a las revistas publicadas por mujeres o para mujeres durante el porfiriato.

La Mujer Mexicana

fue una revista publicada por mujeres entre 1904 y 1908 en la Ciudad de México. Es considerada por algunas autoras como la continuación de otras revistas publicadas para mujeres en el siglo XIX. En esta publicación la temática abordada en sus números se va separando de la línea de las revistas para mujeres que proponían el cumplimiento del ideal de mujer fabricado por los liberales y los positivistas durante el porfiriato: la mujer esposa protectora del hogar familiar y la mujer madre formadora de los ciudadanos.

La revista reúne algunas características que permiten sugerir que es una revista de carácter feminista. La primera es su nombre y su eslogan:  La mujer mexicana, Revista mensual científico-literaria consagrada a la evolución, progreso y perfeccionamiento de la mujer mexicana. Redactada por Señoras y Señoritas.

Infante Vargas sostiene que La mujer mexicana, reúne la experiencia empresarial, literaria y cultural de las publicaciones de su género que le antecedieron y, claro, de las escritoras que les dieron vida.[23]

Por su parte, Joaquín Santana Vela afirma que las redactoras de La Mujer Mexicana hicieron suyo el discurso modernizador del régimen. Sumadas a la idea de una patria progresista, como mujeres se comprometían con el progreso, pero manifestaban su imposibilidad para participar si les era negado el derecho a la instrucción que dignificaba al individuo y le permitiría ser útil a sí mismo y a la sociedad.[24]

La Mujer Mexicana está enlazada a la Sociedad Protectora de la Mujer, primera organización feminista del siglo XX en México.

La doctora Infante señala al analizar el discurso pronunciado por Laura S. de Bolaños Torres en la primera sesión de la Sociedad Protectora de la Mujer[25]:

“Creo que en efecto, aquellas mujeres habían comenzado a compartir la posibilidad de pensarse a sí mismas como futuras médicas, abogadas, dentistas, oficinistas, maestras, farmacéuticas o escritoras; de imaginarse viajando por lugares lejanos y desconocidos; de saberse “ellas” además de madres y esposas.

De seguro por ello tuvieron especial interés en acudir a aquella cita. allí conocerían a esas mujeres con quienes compartían las páginas de una revista que, cada mes, era también un punto de reunión”.[26]

Respecto al mismo tema, la Doctora Infante cita a Susana Montero, quien sugiere que la presencia constante de ese “nosotras”… constituyó el primer paso irreversible hacia la visualización… de “las mujeres” como sujetos históricos e historiables.[27]

Dolores Correa

Dolores Correa constituye un referente en la historia de la educación en México. Fue maestra de la Escuela Normal de Profesoras, presidenta del Consejo Superior de Educación Pública, escritora de libros de Texto.[28]

Uno de los ejes fundamentales de su obra fue impulsar la educación científica y cívica moderna de las mujeres impulsando su superación.[29]

Respecto al papel de la mujer en la sociedad le interesaba que no se limitara a las mujeres las posibilidades de aprender y enseñar ciencias, combatir la idea de la inferioridad intelectual de las mujeres respecto de los hombres, que las mujeres accedieran a cargos de poder y la igualdad jurídica entre hombres y mujeres.[30]

María de Lourdes Alvarado, que ha investigado la vida de la maestra, propone que existió una “generación puente”, de la que forma parte Dolores Correa, que contribuyó a debilitar las estructuras ideológicas del antiguo régimen y vigentes durante el porfiriato mostrando a sus lectoras y alumnas la dirección hacia donde deberían orientar sus aspiraciones y esfuerzos.[31]

Dolores Correa fue fundadora de La Mujer Mexicana y de la Sociedad Protectora de la Mujer. Sin duda, las relaciones que sostuvo a lo largo de su vida con mujeres reconocidas como promotoras de los derechos de las mujeres, feministas; que fueron amigas, maestras, alumnas o compañeras en sus distintos proyectos de vida, fueron determinantes para la línea editorial de la revista y estuvieron influenciadas por el pensamiento de las editoras de la revista Siempreviva, a quienes conoció en Mérida en su juventud.[32]

El último número de La Mujer Mexicana

El último número de la revista tiene fecha de publicación en portada de abril de 1908. Aunque algunas de sus colaboraciones tienen impresa fecha dentro del mes.[33]

El ejemplar está dedicado casi por completo a la Doctora Antonia L. Ursúa, quien presentó y aprobó su examen profesional en la Escuela Nacional de Medicina para titularse como Doctor en Medicina, cirugía y obstetricia. La publicación contiene la Tesis de la Doctora denominada Signos de la muerte real aprobada el 26 de marzo de 1908 por unanimidad.

La editora, propietaria y gerente, Luz Fernández Vda. de Herrera presenta una colaboración en la que destaca los avances de las mujeres en materia educativa en el último medio siglo.  Destaca el acceso de las mujeres a la educación: las cosas han cambiado, las niñas aprenden a leer a montones… pero las Doctoras van saliendo de la Escuela de Medicina una a una y es preciso coronarlas… ¡Es preciso que comience la fiesta! y concluye con sendas aclamaciones a la ciencia y a la nueva profesionista.[34]  

También colabora en ese número la primera Doctora que se tituló en México, Matilde Montoya quien le obsequia unos versos a Antonia L Usúa.

Bajo el noble laurel que has conquistado

Ocultas van las dudas punzadoras.

A subir tu calvario has comenzado;

Tristes y lentas pasaras las horas.

¡No te arredren las múltiples espinas …!

DEBER Y CLARIDAD toma por guías

Si quieres ver el cielo en tu conciencia.[35]

Trinidad Orsilles, de quien no se encontraron mayores referencias, menciona en su elogio la condición desfavorable que tienen las mujeres frente a los positivistas y propone como una hazaña lo logrado por la Doctora Ursúa:

La Srita Ursúa merece un aplauso porque al educarse, al formarse con elementos propios exclusivamente, ha tenido que enfrentarse con la sociedad y esto para una mujer, ni es leve sacrificio ni corta labor.

La Srita. Ursúa merece un aplauso porque persiguió y ha realizado un ideal en su naturaleza difícil, cuando el positivismo de nuestros contemporáneos y la prosa de la época actual no convidan, mucho que digamos, al sueño ni a la idealización

Muchas consideraciones habría que tocar relativas a la honorabilidad del sexo, al bien que recibe la patria, al beneficio directo en la sociedad, con el doctorado de la Señorita Urzúa; pero es mi opinión sincera que las cosas ameritadas por sí, no quieren palabrería y que un espíritu levantado no guste mucho de ruidosas y extensas felicitaciones…[36]

Es destacable la colaboración extraordinaria del poeta Antonio H. Altamirano, quien le reconoce a Ursúa sus esfuerzos y destaca que representa a una vengadora de todas las mujeres que no pudieron acceder a la educación superior en parte por la herencia de la civilización española. Así mismo destaca que sus características femeninas no desaparecen al tiempo que le reconoce su fortaleza.[37]

Julia Nava de Ruisanchez manifiesta en su felicitación: Cada vez que una mujer sale avante en el camino del progreso, sacó de la píxide de mi alma todas mis energías y proclamo ¡alto! ¡muy alto! Su victoria.[38]

Por último, Camila Vera De Asorey, de la Sociedad Protectora de la Mujer, hace una presentación donde destaca la utilidad del trabajo, la constancia y la honradez como fórmula de progreso del país, elogia que en México se esté manifestando un ambiente de libertad científica, literaria y artística para las mujeres que ya ocupan puestos en los Ministerios. Finalmente eleva una loa a la nación que protege el “trabajo”. Sin embargo, el personaje que toma como ejemplo de la miseria económica, personal y espiritual es una mujer educada según los cánones de los positivistas.

Conclusiones

El porfiriato es un periodo muy extenso y si se consideran situaciones como la clase social, el nivel de educación, la región, la religión, el momento específico que se analiza, su origen indígena, mestizo o blanco. Puede concluirse que no es posible hablar de un solo perfil de mujer durante el Porfiriato.

Si bien existió un perfil oficial de mujer en el porfiriato, pero solo una minoría de las mujeres podían alcanzarlo; las mujeres de las clases más acomodadas y de las familias tradicionales católicas. La realidad del país generó varios perfiles de mujer, la mujer obrera, la mujer campesina, la profesora, la técnica, la profesionista y la ama de casa. En todos los perfiles mencionados aparece el trabajo como una constante, salvo el trabajo de ama de casa que es devaluado -las amas de casa no hacen nada, solo están en la casa-.

El acceso a la educación fue determinante para desarrollar en las mujeres mexicanas la autoconciencia de su valor como personas, como sujetos de derechos, como seres inteligentes a la par de los varones y con la capacidad de entender y desarrollar las actividades que estaban reservadas de manera exclusiva para ellos. Las misiones protestantes influyeron en la transformación del papel que debería desempeñar la mujer en la sociedad mexicana, al participar en la educación de las mujeres y en la movilidad social de algunas de ellas.

La educación generó movilidad social en las mujeres, sobre todo el magisterio y las carreras técnicas. Hay mujeres pobres que a través de la educación y como profesoras transformaron su vida y su destino. La existencia de secundarias para niñas y normales generó que profesoras como Correa, Laura Méndez de Cuenca y Luz Fernández de Herrera pudieran transformar la autoimagen en sus alumnas, quienes a su vez lo transmitirían a sus alumnas. El nivel de analfabetismo y la condición rural del país indica que solo las áreas urbanas o comunicadas accedieron a esta clase de educación a pesar de que la proporción de profesoras, respecto de los profesores, se invirtió hacia 1910.

La segunda generación de mujeres educadas al amparo de las reformas educativas de la República Restaurada y del Porfiriato tenían mayor conciencia de sus derechos y de su condición de inferioridad respecto de los varones. Nombres como Antonia L. Ursúa, Julia Nava de Ruisánchez, Hermila Galindo, Elvia Carrillo Puerto, María Asunción Sandoval y otras más ya cuentan con historias reconocidas como promotoras de los derechos de las mujeres[39]. Ellas formarán parte de los movimientos democratizadores del país buscando la igualdad de derechos, el acceso a los cargos públicos, y la participación política hacia una ciudadanía plena para las mujeres.

 

Fuentes consultadas

-          Revista La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, abril de 1908. Consultado en la Hemeroteca Nacional Digital UNAM en Diciembre 2020

-          Revista La Mujer Mexicana, Tomo I, Número I, México, enero de 1904. Consultado en la Hemeroteca Nacional Digital UNAM en Diciembre 2020

-          Revista La Mujer Mexicana, Tomo I, Número III, México, marzo de 1904. Consultado en la Hemeroteca Nacional Digital UNAM en Diciembre 2020

 

 

 

Diccionarios

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Bibliografía

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Tapia González, Georgina Aimé. Graciela Hierro: Filosofía de la educación en Clave de Género, Estudios de Género del Colegio de México, Número 3, enero-junio 2017, pp. 1-21.



[1] Citada a pie de página en la nota 32 por Lourdes Alvarado en Educación y Superación femenina en el siglo XIX: Dos ensayos de Laureana Wright. P. 22

[2] Tapia González, Georgina Aimé. Graciela Hierro: Filosofía de la educación en clave de género, Estudios de Género de El Colegio de México, Número 3, Enero-junio 2017, p. 5.

[3] Carmen Ramos Escandón, Señoritas Porfirianas: Mujer e ideología en el México progresista 1880-1910. p. 145.

[4] Ibid.

[5] Op. cit. p 161

[6] (Considero pertinente para remarcar lo que menciona la Doctora en el ámbito jurídico consultar el Código Civil de 1884, donde aparecen las restricciones de derechos que aplicaban a la mujer soltera, casada e incluso viuda. Arts. 205 a 208, 596 y 597 entre otros.) Ana Saloma Gutiérrez, De la mujer ideal a la mujer real. Las contradicciones del estereotipo femenino en el siglo XIX, p. 5.

[7] Op. Cit. p. 6.

[8] Jean Pierre Bastian, Modelos de mujer protestante: ideología religiosa y educación femenina, 1880-1910. p. 147-148.

[9] Ana Saloma G., Op. Cit. p. 14.

[10] Ana Elisa Castro Sánchez, Ser Trabajadora Social en México. p. 5 y 6.

[11] María del Rocío Hernández Pérez. Escuelas, libros y manuales para niñas en la ciudad de Puebla durante el porfiriato p. 82.

[12] Patricia Galeana, De madres y esposas a profesionistas emancipadas. p. 14.

[13] Ana Saloma G. Op. Cit. p. 13.

[14] Patricia Galeana, De madres y esposas a profesionistas emancipadas. p. 12.

[15] Diario Oficial del Estado de Colima de 20 de octubre de 1871, sin señalar página. Citado por María de los Ángeles Rodríguez Álvarez, Educación técnica de la mujer en México, http://bvirtual.ucol.mx/archivos/527_0302102906.pdf consultado el 14 de febrero de 2021. P. 33.

[16] Art. 23 de la Ley Orgánica de la Instrucción Pública de 2 de diciembre de 1967.

[17] Patricia Galeana. Op. Cit. p. 14.

[18] Graciela Hierro, De la domesticación a la educación de las mexicanas. p. 66.

[19] Ma. Guadalupe Gonzalez y Lobo. Educación de la mujer en el siglo XIX mexicano, p. 53

[20] Jean Pierre B. Op. Cit. p 167.

[21] Jean Pierre B. Op. Cit. p. 170.

[22] Jean Pierre B. Op. Cit. p. 171.

[23] Lucrecia Infante Vargas, De la escritura al margen a la dirección de empresas culturales: mujeres en la prensa literaria mexicana del siglo XIX. (1805-1907), p.240.

[24] Joaquín Santana Vela, El principal valuarte de la educación femenina decimonónica: la formación de futuros ciudadanos,  pp. 248-249.

[25] Laura S. de Bolaños Torres, Realidades, Alocución pronunciada en la primera sesión de la naciente Sociedad Feminista, en La Mujer Mexicana, tomo I, no 3, marzo 1° de 1904.

[26] Lucrecia Infante V. Op. cit. p. 249

[27] Susana Montero Sánchez, La construcción simbólica de las identidades sociales: un análisis a través de la literatura mexicana del siglo XIX, México, Programa Universitario de Estudios de Género/Plaza & Valdéz, 2002 p. 125, citada por Lucrecia Infante V. Op Cit. p. 249.

[28] María de Lourdes Alvarado, “Alas para Volar” Vida y Obra de Dolores Correa y Zapata, maestra excepcional (1853-1924), p. 48

[29] María de Lourdes Alvarado, Op. Cit., p. 57

[30] Rosa María González Jiménez, Las maestras en México Re-cuento de una historia. p 85.

[31] Maria de Lourdes Alvarado. Op. cit. p. 84.

[32] Recomendable revisar su libro La mujer científica, publicado por Eduardo Dublán y Comp. Impresores en 1886 disponible en línea en http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-mujer-cientifica-poema/

[33] La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908.

[34] Luz Fernandez Vda. de Herrera, Coronación, en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908, pp. Portada y p. 50(sic).

[35] Matilde Montoya, Srita. Dra. Antonia L. Ursúa, en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908, sin p.

[36] Trinidad Orsilles, En dos palabras, en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908, p. 57

[37] Antonio H. Altamirano, Antonia L. Ursua, en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908, p. 59-60.

[38] Julia Nava de Ruisanchez, A la Srita. Antonia L. Ursua, en La Mujer Mexicana, Tomo V, Número 4, México, Abril de 1908, p. 62

[39] Sus nombres están incluidos en el Diccionario Enciclopédico del Feminismo y los Estudios de Género en México editado por el Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM publicado en 2019. Todas ellas forman parte de la historia de la reivindicación de los derechos de las mujeres en México.

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